Las elecciones que están teniendo lugar en América Latina desde 2021 (desde las de Perú en abril a las de Chile en noviembre) están conduciendo a una situación muy compleja a los países de la región cuyos electorados deben elegir habitualmente en segundas vueltas entre alternativas que plantean modelos de país no solo antagónicos sino incompatibles. Estas coyunturas desembocan en crisis de gobernabilidad o parálisis gubernamental en medio de un creciente malestar. Una desafección que hace un lustro era hacia los partidos, pero que ahora lo es también contra las instituciones democráticas... Las elecciones que están teniendo lugar en América Latina desde 2021 (desde las de Perú en abril a las de Chile en noviembre) están conduciendo a una situación muy compleja a los países de la región cuyos electorados deben elegir habitualmente en segundas vueltas entre alternativas que plantean modelos de país no solo antagónicos sino incompatibles. Estas coyunturas desembocan en crisis de gobernabilidad o parálisis gubernamental en medio de un creciente malestar. Una desafección que hace un lustro era hacia los partidos, pero que ahora lo es también contra las instituciones democráticas.
Finalmente, la ciudadanía, que ya en 2019 expresó su frustración de expectativas mediante estallidos de indignación y protestas que han continuado en 2020 y 2021, debe elegir entre lo malo y lo peor: entre “el cáncer o el Sida” en gráfica expresión peruana. Se trata de un remedo de la famosa película mexicana “La ley de Herodes” donde la alternativa es siempre terrible: “o te chingas o de jodes”. Ocurrió, por ejemplo, en la votación en Chile: la población debió escoger entre un nostálgico del pinochetismo o un aliado de los comunistas. Perú, meses antes, tuvo que elegir entre la heredera del fujimorismo y un candidato apoyado por un partido marxista-leninista-mariateguista. Esa ley de Herodes, hija de la “grieta” que divide a las sociedades de la región y fractura la convivencia, provoca que lleguen al poder candidatos que se mueve en los extremos: bien a la izquierda como Pedro Castillo o en la derecha – Bolsonaro. Además, contribuye a ello la división de las fuerzas de centro y el fracaso de la élite tradicional, cada vez más endogámica y alejada de las necesidades de la población, para canalizar las viejas y nuevas demandas. Algunas de esas figuras emergentes carecen de un plan estratégico o una brújula y se convierten sus gobiernos en una parodia (Bolsonaro). Otros, sin embargo, sí tienen tras de sí un proyecto bien elaborado para conquistar y retener el poder cambiando la institucionalidad en su favor (Bukele). Ese reto que para las democracias suponen esta nueva camada de populismos y demagogos situados en los extremos solo puede ser detenido o encauzado por medio de dos herramientas. Una de ellas es mediante un sólido entramado institucional que no todos los países latinoamericanos poseen, siendo Brasil el caso más claro de como las instituciones han parado las aspiraciones hegemónicas de Bolsonaro. Otras naciones, como El Salvador o Nicaragua, no tienen esas estructuras y eso explica la emergencia de liderazgos antidemocráticos como el del sandinismo-orteguismo en Nicaragua o aquellos que han entrado en una deriva iliberal como Nayib Bukele en el caso salvadoreño. Si no hay instituciones o estas se encuentran debilitadas (Chile) la otra opción es la de la “estrategia del dogal”. Dado que estos dirigentes no tienen experiencia (Boric), aparato y cuadros partidistas (Castillo), ni una sólida base parlamentaria, las fuerzas centristas que han conservado resquicios de influencia y poder en los legislativos pueden convertirse en un dogal para estos nuevos caudillos a fin de reducir su capacidad de acción e impedir que se erijan en un Julio Cesar moderno capaz de acabar con la República. Un dogal lo suficientemente fuerte para contener sus arremetidas pero que tampoco les ahogue lo cual conduciría a crisis institucionales siempre traumáticas. Estos candidatos para gobernar deberán buscar el apoyo parlamentario de las opciones centristas así como rodearse de consejeros y ministro procedentes de ese espacio. Ahí reside la oportunidad de evitar que el nuevo caudillo acabe destruyendo la institucionalidad democrática. Ese dogal es solo una estrategia defensiva y solo en el corto plazo. Si las fuerzas de centro no se unen, no elaboran estrategias capaces de encauzar la frustración y no impulsan reformas de calado apoyadas en un nuevo contrato social, democracias más inclusivas y el desarrollo de una nueva matriz económica, volverán a permitir el ascenso de nuevas oleadas de demagogos que se reproducen en los caldos de cultivo de la crisis económica, la desafección social y la ineficacia política. Los populistas y los demagogos son como el colesterol, un mensaje que nos avisa de que nuestros hábitos y nuestro comportamiento (la forma de gobernar) son dañinas para nuestro cuerpo (para la democracia). Si no atendemos esas señales cambiando nuestro proceder (elaborando un nuevo contrato social) la situación derivará en ateroesclerosis antesala de males mayores (la muerte de la democracia). AUTOR: Rogelio Núñez Castellano. Doctor en Historia de América Latina por el Instituto Ortega y Gasset (Universidad Complutense de Madrid). Miembro del Instituto de Estudios Latinoamericamos de la Universidad de Alcalá y professor en la Universidad Francisco de Vitoria.
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