El escenario mundial (el político-institucional, geopolítico y económico-social) se está transformando a un ritmo cada vez mayor. El mundo de la post Guerra Fría ha ido desapareciendo a causa de sucesivos cambios de coyuntura: recibió el primer embate en la crisis económica de 2008, que abrió las puertas a la emergencia y consolidación de China como gran potencia. A ello siguieron los problemas internos (polarización política y declive económico) y externos en EEUU (las retiradas de Irak y Afganistán). La pandemia de 2020 y sus efectos económico-sociales (2021-22) y finalmente la invasión y guerra en Ucrania no han hecho sino acelerar el proceso de transformación geopolítica, geoestratégica y geoeconómica internacional. América Latina como región y los países latinoamericanos en particular llevan tiempo ocupando una posición periférica dentro de ese panorama geopolítico mundial. Ha asistido a todos estos sucesos desde una posición secundaria, siendo, sin embargo, alcanzada muy de lleno por las diferentes ondas expansivas de las distintas crisis económicas, geopolíticas y sanitarias por las que ha atravesado la humanidad... Muchas y variadas son las razones de ese papel periférico latinoamericano. En primer lugar, por su escaso peso específico, demográfico (la región representa el 8% de la población mundial), militar y económico. Salvo por casos puntuales como el de Brasil, México, Argentina y Chile, la región supone solo el 8% del PIB mundial. Y en segundo lugar, porque su tradicional fragmentación e imposibilidad de forjar una sólida integración le ha restado posibilidades para jugar un papel internacional de mayor peso y relevancia. La actual fragmentación interna que vive la región le ha impedido hablar con una sola voz en los foros mundiales, mientras las grandes potencias latinoamericanas (México y Brasil) han vivido de espaldas con respecto a la región y han actuado sin coordinación, entrando habitualmente en competencia a la hora de erigirse con el liderazgo y representación regional.
Sin embargo, el mundo que está emergiendo actualmente y mucho más el del inmediato del futuro, la IV Revolución Industrial (el de la revolución tecnológica y digital y el de la economía sostenible), no se podrá construir sin tener en cuenta a la región latinoamericana. En ese nuevo escenario, América Latina posee las características y las potencialidades suficientes para cumplir un papel relevante a escala mundial en varios ámbitos que van desde la apuesta del mundo occidental por revitalizar a las acosadas democracias liberales, pasando por la construcción de una nueva matriz productiva que aúne productividad con sostenibilidad y acabando por el diseño de un nuevo contrato social que dé sustento a esas renovadas democracias promoviendo los equilibrios sociales. 1-. América Latina y su rol en la supervivencia de la democracia La oleada de protestas de 2019 que se extendieron por la región latinoamericana, el asalto al Capitolio de EEUU en 2021 o el ascenso de los movimientos iliberales en Europa mostraron que las democracias occidentales están atravesando por un periodo de graves dificultades. En Europa avanzan fuerzas de extrema derecha, xenófobas y autoritarismos agresivos como el de la Rusia de Vladímir Putin, mientras que en Latinoamérica se consolidan dictaduras como la de Daniel Ortega en Nicaragua, sobrevive la de la Venezuela chavista o emergen sistemas crecientemente autoritarios como el del Nayib Bukele en El Salvador. Como recientemente señalara el ahora expresidente de Costa Rica, Carlos Alvarado, “todo el mundo occidental tiene la sensación de que la democracia no está dando resultados y existe esa tentación hacia las autocracias donde pocas personas o una sola tienen un poder más fuerte que logra resolver los problemas. La experiencia ha demostrado que eso es una ficción y lo estamos viendo. Ahí donde la autocracia se manifiesta, llámese la guerra en Ucrania o Nicaragua, las personas sufren, la oposición es encarcelada y la prensa censurada”. Si en 1989, tras la caída del Muro, la democracia parecía la gran triunfadora en el mundo de la post Guerra Fría, tras el colapso del comunismo, en la tercera década del siglo XXI, los nuevos y viejos populismos y los autoritarismos, que se alimentan de la desafección y el malestar ciudadano, se alzan como un desafío para esas mismas democracias. En esa crisis global de las democracias occidentales, América Latina tiene un importante papel que cumplir: se trata de una región mayoritariamente democrática desde que tuvieron lugar las transiciones en los años 70 (Portugal, España, República Dominicana y Ecuador) y en los 80 (en el resto de América Latina, salvo Cuba). Las democracias latinoamericanas han perdurado y se han consolidado más allá de sus debilidades e insuficiencias y han logrado superar crisis como la Década Perdida (1982-1990), la Media Década Perdida (1997-2002) y el actual periodo de estancamiento económico y deterioro social que se prolonga desde 2013, post Década Dorada (2003-2013). Si bien es cierto que solo tres países (Uruguay, Costa Rica y Chile) pueden considerarse democracias plenas, según el informe de la revista The Economist, el resto son democracias, si bien defectuosas, y solo existen 4 regímenes autoritarios —Haití, Nicaragua, Cuba y Venezuela—. Por lo tanto, parece claro que el futuro de la democracia occidental se juega no solo en Europa y EEUU, sino también en América Latina. La democracia, sin perder sus esencias, afronta el reto de reinventarse para canalizar la desafección y actual frustración de expectativas que desembocó en 2019 en una oleada de protestas que recorrió la región. La pandemia (2020-21) hizo pasar a un segundo plano ese malestar e impidió, por los confinamientos, que se produjeran nuevos estallidos. Sin embargo, el actual bajo crecimiento económico (2022) unido a las renovadas tensiones inflacionarias, golpean a los sectores con menores ingresos y a las clases medias más vulnerables que se convierten en el caldo de cultivo para nuevas oleadas de protestas. Más si cabe en un periodo de gobiernos débiles política y económicamente: sin mayoría en legislativos fragmentados y tensionados por la polarización extrema y enfrentados a la caída de los ingresos, a la subida de tipos y a renovadas tensiones inflacionarias. En estos años (2013-2022) ha habido un fuerte retroceso de las libertades en algunos países de la región en paralelo a una crisis mundial que padecen los sistemas democráticos afectados por la polarización, la emergencia de nuevos populismos, la fragmentación, la crisis de los partidos y las tendencias autoritarias. El resultado ha sido que la confianza en la democracia ha retrocedido: el Barómetro de las América de LAPOP de la Universidad de Vanderbilt muestra que el respaldo a las democracias ha caído y en 2021 hasta un 25% no apoya la democracia. El FMI pronostica no solo un bajo crecimiento del 2,5% para América Latina y el Caribe este año – la tasa más lenta entre las regiones del mundo, con la excepción de Europa emergente y en desarrollo- sino que alerta sobre el riesgo en el que se encuentran las economías de América Latina y el Caribe que “viven un riesgo excepcionalmente alto a disturbios sociales, derivado de los choques inflacionarios en los que están inmersos. Para algunos analistas y académicos, como Marta Lagos, la región atraviesa por “un momento preexplosivo”. Así pues, los países latinoamericanos se convierten en otro de los escenarios en el que va a estar en juego la supervivencia de la democracia occidental y la posibilidad de reconstruir y rediseñar un nuevo pacto social que le dé sustento. En esa labor, por lo tanto, la región no solo va a ser protagonista sino que tiene mucho que decir a la hora de dar una respuesta eficaz y eficiente a las alternativas autoritarias aportando en la construcción de un nuevo marco de relación entre gobiernos y ciudadanía. Un nuevo contrato social que suponga la reconstrucción económico-social tras la recesión y el parón productivo vinculado a la pandemia a lo que se añade ahora las consecuencias de la Guerra en Ucrania para alcanzar un crecimiento con desarrollo a largo plazo y que preserve los equilibrios sociales y medioambientales. En ese mismo contexto, el gran reto, en este caso político-social, consistirá en elaborar un nuevo contrato social, más urgente aún si cabe, tras las protestas de 2019 y por las consecuencias que sobre las sociedades latinoamericanas ha tenido la crisis de 2020 y el regreso a un bajo e insuficiente crecimiento en 2022. Es decir, no perder la esencia de la democracia (la institucionalidad por encima de los personalismos) pero modernizar la institucionalidad democrática haciéndola más ágil, trasparente y más cercana a la ciudadanía gracias a las nuevas tecnología y los avances en la digitalización 2-. América Latina y su papel en la IV Revolución Industrial Gabriel Boric, en la primera entrevista concedida a un medio (La Tercera) desde su toma de posesión, señalaba que “en el escenario acelerado de cambio de modelo productivo hacia una energía verde en el mundo producto de la guerra en Ucrania, Chile es fundamental. Es fundamental por el cobre y la electromovilidad, por el litio y el hidrógeno verde, por la energía eólica y por la energía solar. Y además por nuestra costa pacífica, porque el centro del mundo está en el Pacífico hoy día”. Efectivamente, la economía mundial del siglo XXI no se podrá construir sin Chile en particular y sin América Latina en general. En la nueva matriz de desarrollo basada en la sostenibilidad y en las energías renovables, la región tiene un rol no solo importante sino decisivo que cumplir. Su riqueza en recursos naturales se va a convertir en una ventana de oportunidad no solo cuando la economía mundial se recupere de los efectos de la pandemia y la crisis de Ucrania sino en el momento en el que se dé el definitivo cambio global de la matriz tecnológica y energética. La región posee en abundancia los commodities que se necesitan para esa transformación energética que van a liderar la UE y Estados Unidos en su búsqueda por construir economías más sostenibles y verdes. Un papel clave en materia de sostenibilidad porque América Latina es, además, una de las regiones con mayor biodiversidad del mundo. Según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP), alrededor del 60% de la vida terrestre mundial y diversas especies marinas y de agua dulce se encuentran en esta parte del planeta. Asimismo, la región posee uno de los pulmones del mundo, la Amazonía, que representa el 56% de los bosques húmedos del mundo y almacena entre 90 y 140 mil millones de toneladas de carbono (180 T/ha), y donde viven, según la ONU Medio Ambiente (2016) alrededor de 34 millones de personas, incluidos 1,5 millones de indígenas y donde perviven 86 lenguas y 650 dialectos. Representa un bioma fundamental, tanto para los países que tienen sus fronteras limítrofes con el río Amazonas, como para el equilibrio del medio ambiente mundial. En cuanto a las energías renovables, vitales en la IV Revolución Industrial, los países latinoamericanos son potencias en cuanto a su producción tanto en la hidráulica, en la eólica como en la solar: la región posee más del 30% de agua dulce del mundo, así como abundantes horas de sol y capacidad para generar hidrógeno verde y gis. Además, en su suelo se encuentra el 86% de las reservas de litio clave para las baterías de larga duración. Un mineral con alta conductividad eléctrica que permitirá a la economía de la revolución tecnológica poner fin a la dependencia a los combustibles fósiles y migrar a energías renovables más limpias. Ese sector energético renovable se alza como un poderoso motor de crecimiento, generación de empleo de calidad e innovación. Apostar por las renovables contiene una doble virtualidad para las naciones de la región: no solo supone una contribución a la preservación del medio ambiente, sino que pueden llegar a convertirse en palancas para un crecimiento con desarrollo y, a la vez, transformarse en un imán para la llegada de Inversión Externa Directa convirtiendo a América Latina y el Caribe en un hub global de energía renovable. América Latina tiene un potencial renovable importante y diversificado: tanto en la hidráulica, en la eólica como en la solar y a medio plazo como productor de hidrógeno verde que puede llegar a reemplazar parcialmente al gas ya que para reemplazar al gas ruso. Por eso, lo que el resto del mundo desee hacer en materia de sostenibilidad y desarrollo de nuevas fuentes de energía lo tendrá que hacer contando con América Latina. De hecho, la UE ya está mirando hacia el otro lado del Atlántico, ha confirmado a raíz de la crisis ucraniana que busca alternativas energéticas a Rusia y el Banco Europeo hace lo mismo con América Latina como alternativa energética. Uno de los elementos clave para ese tipo de desarrollo -por ejemplo, la agricultura sostenible- es el agua y el 33% del agua dulce del mundo está en la región. Por otra parte, la pandemia ha acelerado la compra de bienes online lo que a su vez impulsará una mayor demanda de bienes básicos como mineral de hierro, acero, cobalto, platino, plata, cobre y otros metales. Esto sitúa a América Latina como uno de los proveedores principales de estos recursos y se vincula con estrategias como la de la Unión Europea o la de los EEUU de Joe Biden lo que implicará la transición hacia una economía verde y sostenible. La Unión Europea trata de hacer transformación con una triple estrategia: el Pacto Verde Europeo, el programa de recuperación NextGenerationEU y la búsqueda de una mayor autonomía/soberanía estratégica. Las tres descansan en una difícil transición energética que aspira a dejar atrás la energía fósil en favor de las energías renovables y el desarrollo de otras fuentes de gran potencial pero que hoy apenas despuntan, como el hidrógeno verde o las energías solar, eólica e hidraúlica, recursos que los países latinoamericanos poseen en abundancia. De igual forma, el litio es un mineral fundamental para impulsar la transición energética global, en particular en lo que se refiere a su utilización en la industria de baterías para el transporte eléctrico. Un informe reciente de la Agencia Internacional de Energía indica que la demanda del litio aumentará 42 veces de aquí a 2040. Y precisamente América Latina es una potencia en litio. Bolivia, Argentina, Chile, México y Perú controlan el 67% de las reservas mundiales. Chile conforma junto a Argentina y Bolivia ese denominado “Triángulo del litio”, que guarda más la mitad de este “oro blanco” en salmueras. Australia ha superado a Chile como el principal productor desde 2017 y ahora ostenta el 46 % de la producción total, mientras que China y Argentina han aumentado su competitividad y siguen al país andino con un 10 % y un 9 % de participación en el mercado, respectivamente, según cifras oficiales. En definitiva, como apunta Joaquín Lavín en su libro “Las 10 tendencias que transformarán Chile”, “el mundo nos necesita y está dispuesto a pagar altos precios por lo que podemos entregarle: cobre, litio, sol, viento, hidrógeno verde. Y lo que nosotros tenemos que hacer es aprovechar la oportunidad y, en la pasada, transformarnos en una potencia verde”. 3-. Integración, palanca para ganar peso mundial Existen, además, razones geopolíticas que permiten prever que el peso mundial de la región va a aumentar. Sobre todo porque Latinoamérica se ha convertido en uno de los campos de pugna entre China y EEUU lo cual provocará que ambas potencias coloquen a la región como uno de sus ámbitos de interés prioritario para garantizar su seguridad energética, prosperidad económica y fortaleza geopolítica. El mundo camina hacia una nueva y muy probablemente larga “guerra fría” (Occidente vs Rusia) así como una “guerra comercial” y pugna geoestratégica y tecnológica (EEUU-China) que va a provocar la consolidación de bloques regionales y cambiar las alianzas internacionales. En ese pulso entre colosos militares, comerciales, tecnológicos y económicos cada país latinoamericano, por sí mismo, poco margen de maniobra puede tener en un mundo crecientemente complejo. Más que nunca, por lo tanto, algún tipo de integración y coordinación es necesaria para que Latinoamérica gane en peso geopolítico y en autonomía global. Existe un consenso extendido de esa necesidad. Recientemente, el expresidente dominicano Leonel Fernández afirmaba que América Latina y el Caribe se han convertido en una región políticamente “irrelevante” y atribuyó esta situación a la falta de una voz que la unifique en el escenario internacional pues “la integración regional latinoamericana está en crisis: la Celac simplemente no funciona, Unasur ha desaparecido, la Comunidad de Naciones Andinas no se hace sentir, el Sistema de Integración Centroamericano (Sica) está afectado por la división, Caricom no representa a todas las naciones del Caribe”. La eterna asignatura pendiente de la integración latinoamericana debe ser abordada con el objetivo de encontrar una alternativa viable y de largo plazo, basada no en la ideología, sino en los intereses más concretos, tangibles y pragmáticos. Sobre todo porque la región puede hacer valer su potencia en aquello que necesita el mundo para transformar su economía y las grandes potencias para mantener o alcanzar la hegemonía: Chile es el principal productor de cobre, Brasil, el tercero de hierro y México, el mayor de plata. Perú destaca en cobre, oro y hierro y Cuba y Brasil, en níquel. Los países petroleros (Venezuela, México, Brasil, Colombia y Ecuador) ve como los precios del barril de crudo superan de nuevo los 100 dólares.Un político joven como Gabriel Boric coincide en esa necesidad de impulsar otro tipo de integración cuando señala que “es importante que América Latina vuelva a tener una voz en el mundo, que durante mucho tiempo la hemos ido perdiendo. Eso no depende, por supuesto, de una sola persona. Nosotros vamos a aportar humildemente en esa dirección en la región”. AUTOR: Rogelio Núñez Castellano. Doctor en Historia de América Latina por el Instituto Ortega y Gasset (Universidad Complutense de Madrid). Miembro del Instituto de Estudios Latinoamericamos de la Universidad de Alcalá y professor en la Universidad Francisco de Vitoria
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