Luego del reciente triunfo del líder del Partido de los Trabajadores (PT), Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil y en medio de la interna oficialista argentina entre la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner (CFK) y el presidente Alberto Fernández, el actual ministro del Interior argentino, el ultra kirchnerista Eduardo “Wado” de Pedro, viajó rápidamente a Brasil para fotografiar a Lula calzando una gorra con la insignia CFK 2023. Y Alberto Fernández, por su parte, se apresuró para tomar un avión para ser el primer presidente en abrazar al nuevo mandatario brasileño que recién asumirá el poder formalmente el 1 de enero del año entrante. En el marco de la carrera por “el oficialismo argentino disputándose a Lula presidente”, Cristina reapareció públicamente luego de dos meses, en un acto que organizó la Unión Obrera Metalúrgica. En su extenso discurso, reconoció méritos al ahora ministro de Economía, Sergio Massa, por la administración de la crisis económica, frente a una inflación que no logra controlarse y que ya se presume superará el 100 % anual, y responsabilizó de todos los males vividos en Argentina a los cuatro años gobernados por Mauricio Macri entre 2015 y 2019. Mientras tanto, Lula que no es Cristina, luego de haber disputado con vehemencia la campaña electoral contra Bolsonaro en un cruce de alto voltaje donde sobraron las acusaciones mutuas, en su último discurso anunciaba: “A partir de enero de 2023, voy a gobernar para 213 millones de brasileños, no existen dos Brasiles, somos un único país, un único pueblo, una gran nación”. Y el líder del PT llegó aún más lejos, reforzando su mensaje afirmando que “a nadie le interesa vivir en un estado permanente de guerra. Este pueblo está cansado de ver al otro como enemigo. Es hora de bajar las armas. Las armas matan y nosotros escogemos la vida”. Los parecidos bolsonaristas y kirchneristas Mientras Lula dejaba claro que intentará recomponer una sociedad quebrantada por la polarización política, ha trascendido desde las altas esferas del bolsonarismo, que cuando llegue el momento de la asunción, Bolsonaro no estará presente porque realizará un viaje al extranjero. Este acto de no ceder el traspaso presidencial nos remonta en Argentina al año 2015, cuando la presidenta saliente, CFK, sin ningún viaje mediante, se negó categóricamente a traspasarle la banda presidencial al entonces elegido presidente Mauricio Macri de la oposición. Cristina pretende convencer a los argentinos de que el kirchnerismo y el lulismo se asimilan por afinidades de toda índole. Sin embargo, sus esfuerzos por debilitar la democracia y por polarizar a la sociedad dejan entrever muchos más parecidos con el bolsonarismo. Las semejanzas van desde el desconocimiento protocolar cuando el rival político gana una elección presidencial, pasando por la identificación del adversario como un enemigo al cual hay que eliminar políticamente, hasta la intromisión recurrente en el Poder Judicial y la intencionalidad de militarizar la política. Bolsonaro ha pretendiendo interferir especialmente en aquellas instituciones judiciales que controlan las elecciones, como lo es el Tribunal Electoral. La Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, criticó duramente a fines de agosto de 2022 al presidente brasileño, Jair Bolsonaro, “por agitar el fantasma del fraude electoral, atacar al poder judicial y no respetar la democracia”. Así Bachelet nos notificaba: “Estoy seriamente preocupada por los informes sobre un aumento de la violencia política, …, lo más preocupante es que (Bolsonaro) convocó a sus simpatizantes a manifestarse contra las instituciones del poder judicial el día 7 de septiembre”. De tal modo la Alta Comisionada concluyó “no se pueden hacer cosas que aumenten la violencia y el odio contra las instituciones democráticas, un jefe de Estado debe respetar a los demás poderes”. Mientras tanto, en Argentina, CFK ha interferido en la Justicia a través de iniciativas dirigidas a politizarla (con el argumento/excusa de democratizarla), y aquí y ahora se encuentra manipulando al Consejo de la Magistratura (órgano encargado de la selección y remoción de los jueces), desobedeciendo un fallo de la Corte Suprema de Justicia, Corte que tildó de “artimaña, ardid, maniobra y artificio” a la conducta del kirchnerismo que dividió su espacio político como si fueran dos fuerzas diferentes, para apropiarse de un cargo para senador en el Consejo de la Magistratura que le corresponde a la segunda minoría (es decir a la oposición); mientras tanto el kirchnerismo reclama bajo protestas y a través de un concreto proyecto de ley (ya aprobado en el Senado dominado por ellos), modificar el número de integrantes que compone la Corte Suprema de Justicia (de 5 a 15 miembros), tras verse la vicepresidenta envuelta en numerosas causas judiciales, que si culminaran en condena, seguramente se deberán dirimir en el máximo tribunal, el cual actualmente no se muestra proclive a embanderarse con ninguna fuerza política. La reciente elección en Brasil ha dejado claro que el país se encuentra absolutamente polarizado y que electoralmente está partido en dos. Además, muchos votantes que definieron su voto a favor de Lula o de Bolsonaro lo hicieron por manifestarse “en contra de”, más que por afinidad con el candidato elegido. Y en estos puntos los dos grandotes del Mercosur también se asimilan. Al mismo tiempo, tras la elección en Brasil, un núcleo duro bolsonarista ha pretendido que Bolsonaro siga ocupando la presidencia, a pesar de haber sido derrotado en las urnas. Dicho núcleo organizó cortes de rutas y se congregó en las principales sedes del Ejército, en todas las capitales estatales, para exigir una intervención militar para impedir la presidencia de Lula. Bolsonaro, a tono con este desentendimiento del triunfo de Lula, no salió a reconocer su derrota durante dos días y cuando lo hizo, tarde, dio un discurso brevísimo donde no reconoció el triunfo del líder del PT, aunque sí manifestó que acataría la Constitución. En Argentina también contamos con un núcleo duro, kirchnerista, que no sabemos cómo podría reaccionar si el kirchnerismo pierde la elección en 2023. Lo que sí sabemos, porque nos han alertado sus más fieles seguidores en más de una oportunidad (también cortando calles y manifestándose con furia), es que, si Cristina llega a ser condenada por alguna de las causas que la incriminan penalmente en su deber de su funcionaria pública, “qué quilombo se va armar”. El llamado a una pueblada (a un desorden social) y a desconocer de la escena institucional al Poder Judicial de la Nación, si Cristina llega a ser condenada, se parece demasiado a los modales bolsonaristas. Los parecidos bolsonaristas y chavistas Al caer en comparaciones lineales que no son lineales, tantas veces queriendo confrontar al populismo de derecha con el de izquierda, con frecuencia omitimos las semejanzas observadas entre populistas contrincantes ideológicos. Esto no ocurre solamente entre el kirchnerismo y el bolsonarismo como se ha explicitado, sino entre el Brasil bolsonarista y la Venezuela chavista. Aunque ambas corrientes políticas se enfrentan manifiestamente en el plano ideológico, confluyen en modos de vulnerar y atropellar las instituciones de la república. Brasil ha transitado bajo el gobierno de Bolsonaro una manifiesta e imponente militarización de la política, diferente a la de Venezuela, ya que hasta ahora Brasil mantiene un blindaje donde las Fuerzas Armadas deben respetar controles institucionales y burocráticos, pero similar a Venezuela en el otorgamiento a la corporación militar de facultades extraordinarias que no son propias de un gobierno plenamente democrático. Según Andrés Del Río, politólogo de la Universidad Federal Fluminense, esto se puede identificar claramente al observar la composición de los ministerios; así en Brasil “a finales de 2020, cerca de la mitad de los ministros del gobierno federal eran militares y había más de 6.157 militares en activo o de reserva trabajando en la administración pública”. Y continúa afirmando Del Río “Bolsonaro emitió en junio de 2021 un decreto que confiere carácter militar a los cargos y funciones ejercidos por militares en diversos órganos como el Tribunal Supremo (STF), la Procuraduría General de la República (AGU) y el Ministerio de Minas y Energía, e incluso empresas estatales”. Con esto, se permite en la práctica, que los militares en activo permanezcan en estos puestos de forma indefinida, ampliando aún más el proceso de ocupación de los espacios administrativos y políticos por parte de los miembros de las Fuerzas Armadas. Por su parte, la militarización de la política en Venezuela comenzó a plasmarse bajo el gobierno de Hugo Chávez (un ex militar, igual que Bolsonaro), y fue consolidándose un régimen donde una creciente cantidad de militares ocupaban cargos políticos y conquistaban enorme poder e influencia sobre todos los asuntos públicos, hasta el extremo que, según afirma el politólogo de la Universidad Central de Venezuela y la Universidad Autónoma de Barcelona Xavier Rodríguez - Franco “ya no es relevante contabilizar cuántos militares ejercen cargos políticos en el gobierno de Venezuela porque los militares ya son el propio gobierno; en Venezuela los militares sólo están sujetos a la obediencia a Maduro y a los jerarcas de la revolución bolivariana”. De tal modo, el chavismo y el bolsonarismo comparten una inocultable génesis militar, que manifiesta su talante autoritario, verticalista, intransigente; y remata Rodríguez- Franco “en ambas presidencias se puede observar un carácter excluyente para entender y ejecutar la política, a través de prácticas autoritarias, de desinterés sobre el cuidado del medio ambiente, de desprecio a los periodistas, y de rechazo a los rivales políticos y a los controles democráticos”. Los parecidos kirchneristas y chavistas ¿Y la Argentina kirchnerista comparte ese afán por la militarización de la política? Hace apenas días nos quedó muy claro que sí. De tal manera, en un acto en un estadio de futbol en la ciudad de la Plata donde se congregaron cantidad de militantes kirchneristas al grito de “Cristina presidente”, CFK, apelando a ese modo tan ambivalente que la caracteriza, afirmó que la “mano dura era berreta” (rústica), mientras reclamaba un reforzamiento de la Gendarmería Nacional Argentina, sugiriendo mayor militarización en los barrios populares para combatir la escalada de la inseguridad. CFK así reivindicó el llamado “Operativo Centinela” (instrumentado en su segundo mandato presidencial desde 2011 a 2015) a través del cual, más de 6 mil gendarmes ocuparon las calles de los barrios de la Provincia de Buenos Aires (el resultado de lo que se implementó se encuentra a la vista, mayor militarización en los barrios populares, mientras el delito no paró de escalar). Ya antes de ocupar la presidencia, Néstor Kirchner, desde la provincia de Santa Cruz (donde gobernó por 12 años, desde 1991 hasta 2003), gustaba apelar a la Gendarmería para reprimir, así ocurrió en 2005 tras un reclamo de trabajadores estatales por aumentos salariales y en 2008 tras un reclamo de docentes que protestaban contra el ajuste del gobierno del peronista neoliberal Carlos Menem (a quien los Kirchner protegieron hasta el último de sus días, ofreciéndole una banca como senador para que no vaya a prisión luego de haber cometido numerosos delitos en su deber de funcionario público), y en 2014, CFK, en su función de presidenta mandó reprimir con la Gendarmería a los trabajadores despedidos de una empresa de autopartes, Lear, lo cual resultó en un saldo de 50 heridos. Volviendo al último viernes en la ciudad de La Plata en la República Argentina, CFK se expresaba en los siguientes términos “la gente lo pedía (más Gendarmería en las calles cuando ella gobernaba) porque tenía más confianza. No sé por qué no podemos volver a hacer lo mismo: desplegar miles de gendarmes en el Conurbano en lugar de tenerlos en medio de la Patagonia nadie sabe haciendo qué”. Cerrando el círculo de opresiones: ¿Y en este eje de despotismo, el chavismo arremete contra la Justicia como el kirchnerismo y el bolsonarismo? Claro que sí. La Asamblea Nacional de Venezuela, controlada por el partido de gobierno PSUV, designó en mayo de 2022, a los 20 magistrados que conformarán el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) durante el período 2022 - 2034. La ONU alertó sobra "la inseguridad en la titularidad de los jueces y fiscales, la falta de transparencia en el proceso de su designación, las condiciones de trabajo precarias y la interferencia política; y como las víctimas de violaciones de los derechos humanos enfrentan grandes obstáculos para acceder a la justicia” Así, el kirchnerismo y el bolsonarismo comparten estilos políticos, el bolsonarismo y el chavismo comparten estilos políticos, y el kirchnerismo y el chavismo comparten estilos políticos, autoritarios. Autora: Sandra Choroszczucha Politóloga y Profesora de la Universidad de Buenos Aires: www.sandrach.com.ar
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