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Los achaques del “proceso de cambio” del MAS boliviano

17/2/2023

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​La sociedades suelen ser durables, pero deben renovarse –o a veces, también, reencontrarse– mediante procesos internos cuyo tiempo de vida, en cambio, suele ser mucho menor. El Imperio Bizantino existió por un milenio, pero esta larga existencia estuvo dividida en muchos periodos menores, determinados por los cambios que se fueron produciendo cada tanto. Esta es una verdad de Perogrullo, que sin embargo suele ser olvidada, en especial por los protagonistas de la vida pública, los cuales viven cada momento de auge o incluso los de decadencia como si nunca fueran a acabar. La entropía afecta a todos y a todo, pero al mismo tiempo no hay nadie que no desee perdurar. Hace algo menos de una década, los artículos periodísticos que publicaba en el extranjero sobre la situación de mi país, Bolivia, explotaban el asombro que causaba en los medios internacionales su éxito económico, su crecimiento récord, su muy mejorado bienestar social; así como los peculiares antecedentes del presidente de entonces, Evo Morales, y su aún más curiosa personalidad. Se hablaba entonces del “milagro boliviano”, de las “Arcenomics” (por el ministro de Economía Luis Arce, hoy presidente del Estado), y del creciente empoderamiento indígena bajo una democracia multicultural. Morales tenía una alta aprobación popular y se reelegía una y otra vez con elevados resultados; al mismo tiempo, las victorias electorales del Movimiento al Socialismo (MAS) le ofrecían a este partido más de dos tercios de votos en el parlamento; la oposición no podía objetar demasiado y la mayor parte de los intelectuales de las universidades y los medios apoyaban el nuevo orden, exaltaban las diferencias entre este y los “tiempos neoliberales”, o, en todo caso, matizaban su desacuerdo, si no lo callaban. 
Hasta hace poco seguí colocando artículos basados en este mismo asombro, esta vez sobre la levedad de la inflación boliviana en un contexto de alza mundial de precios, pero entonces los bemoles de la situación ya eran más numerosos que las perspectivas llanas de progreso. 

Bolivia no está en crisis, sin duda, como este dato de inflación baja permite ver, pero tampoco se encuentra boyante ni mucho menos, y los peligros económicos, sociales y políticos se han multiplicado. El crecimiento de 2022 ha vuelto a ser del 4%, el mismo de 2004, justo antes de que comenzara el llamado “proceso de cambio” dirigido por Morales y continuado por Arce. 

Se trata de una situación ambigua que, como suele ocurrir, le interesa poco a los medios de comunicación del mundo, que siempre han de preferir el aura misteriosa del “milagro” o la clara contundencia del “desastre” a las zonas grises y aburridas de la paulatina decadencia. 

​Aunque el MAS logró el 55% de los votos en las elecciones de 2020, semejante contundencia se debió sobre todo a que el gobierno “transitorio” de Jeanine Añez –que había sido armado a la mala tras la caída de Evo Morales en noviembre de 2019– le devolvió temporalmente aquello de lo que a esa altura ya carecía y que ahora ha vuelto a perder: una causa por la cual luchar, una emoción que sea capaz de movilizar a sus militantes con verdadera entrega.

Se han desvanecido las condiciones concretas de resiliencia ante los hipotéticos fallos del modelo económico vigente desde 2006, al que el MAS le debe buena parte de su longevidad en el poder. Estos fallos (sobre todo una devaluación, que en las condiciones actuales desataría una crisis financiera) son cada vez más probables, ya que los yacimientos de gas y petróleo que trajeron la bonanza se han ido acabando (la entropía, otra vez), Bolivia ya no produce todos los carburantes que necesita y, entonces, para mantener sus precios internos, subsidia las importaciones de estos, gastando en ello más dólares de los que le convendría.

Como resultado, las reservas internacionales están bajas y la posibilidad de un deslizamiento del tipo de cambio –fijo desde 2011– es creciente. Y en Latinoamérica, se sabe –o si no preguntémosle a la Argentina– todos los demás precios corren detrás del precio del dinero, porque se importa mucho desde el extranjero y porque la gente, al final, sigue pensando que el dólar es el único mantenedor de valor, en lo que constituye el gran éxito ideológico de la principal potencia de la globalización. 

Pero incluso una crisis financiera no tendría por qué ser una causa suficiente para que el MAS abandonara el escenario (aunque la política en Bolivia, como la todos los países pobres, es avariciosa y centrada en los resultados económicos), si sus banderas ideológicas y políticas no estuvieran arriadas o maltrechas. Igual que el chavismo en Venezuela, el masismo tiene el potencial de remontar una crisis económica (es decir, no solucionarla, pero sí resistir los efectos de su estallido), pero para ello necesitaría de la fuerza moral del partido plebeyo, antielitista, empeñado en el reconocimiento indígena, nacionalista y revolucionario, que fue desde comienzos de siglo hasta 2014. Y esa fuerza ya no existe.

El desgaste comenzó con la estrategia de reelección continua de Evo Morales; también con la reducción del proyecto político de la izquierda al tamaño de la “empleomanía”; y ahora se ha consumado con la división interna entre un ala “arcista” y un ala “evista”, división que se debe a la comprensión del poder, por parte de todos los políticos bolivianos, como un conjunto de recursos clientelares al servicio de los presidentes democráticos; y, por tanto, por la necesidad de “matar o morir” para obtener la primera magistratura del país. Dividido, hoy el MAS atraviesa el momento de mayor debilidad mientras que enfrenta los peores peligros externos. 

En algún momento la situación de ambigüedad que hemos descrito tendrá que definirse en uno u otro sentido. En caso de que no se produzca una crisis económica, de las vicisitudes de la batalla entre las dos facciones del MAS dependerá el rumbo del país durante los próximos años. En cambio, si la crisis llega, podría arrasar, quizá no al MAS, que sigue siendo un partido enorme con “hambre de hacer historia”, pero sí con su dominio político. Esto llevaría a Bolivia a tener que escoger entre un haz de posibles vías –radicales o moderadas– de restauración neoliberal.

Autor:
Fernando Molina
Periodista y autor de numerosos libros sobre la Bolivia contemporánea


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